¿Como se forma una super ola de calor?.
Ciertos fenómenos naturales, como las erupciones volcánicas, los huracanes o los tornados, producen de forma inmediata efectos devastadores. Sin embargo, otros acontecimientos menos visuales han ido cobrando cada vez más peso en el ránking de catástrofes naturales. Este es el caso de las olas de calor, cuyos episodios son cada año más habituales, y que han provocado durante la ultima década incalculables daños económicos y humanos.
Corría el año 2003 cuando una ola de calor asoló Europa. Al mismo tiempo, una sequía dramática contribuyó a que el fuego arrasara Portugal, destruyendo más de 300.000 hectáreas de bosque y unas 44.000 hectáreas de campo agrícola, lo que se tradujo en pérdidas por valor de unos 1.000 millones de euros. Pero lo preocupante no fue únicamente la ocurrencia de esta ola de calor en concreto, sino el incremento de las mismas y de los periodos de sequía en Europa en años posteriores. La intensificación de estos fenómenos naturales ha sido puesta de manifiesto en el último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC). En 2010, incluso la fría Rusia sufrió los efectos de una ola de calor que incrementó severamente las tasas de mortalidad en el país y tuvo efectos devastadores en su economía. De hecho, los episodios de 2003 y 2010 fueron de tal envergadura que dieron lugar a la creación un nuevo término: super-olas de calor (del inglés mega-heatwaves).
En un reciente estudio publicado por la revista Nature Geoscience, los investigadores españoles Diego G. Miralles, de la Universidad de Bristol (Reino Unido) y Jordi Vilá, de la Universidad de Wageningen (Países Bajos), en colaboración con científicos de centros holandeses y alemanes, han descifrado como evolucionan estas dramáticas super-olas de calor. Combinando técnicas de teledetección de satélites, medidas en altura y modelos conceptuales, han descubierto que, debido a la gran sequedad de los suelos, el aire en contacto con la superficie terrestre se calienta extraordinariamente. Este aire caliente no se disipa durante la noche, como cabría esperar, sino que permanece en una capa atmosférica de 3 a 4 kilómetros de espesor, varios cientos de metros por encima de la superficie. El aire caliente acumulado vuelve a entrar en contacto con la superficie al día siguiente, y continua siendo calentado por los suelos, contribuyendo a que las temperaturas aumenten día tras día hasta valores superiores a los 40°C en regiones habitualmente mucho mas frías.
Como explica Diego G. Miralles, investigador principal del estudio, “Aunque no es sorprendente que las olas de calor originen una acentuación de la sequedad del suelo, sí puede resultar sorprendente que este efecto sea recíproco: los suelos al secarse emiten más calor, y este aire caliente queda almacenado en las capas bajas de la atmósfera. Mientras los suelos continúan secándose van emitiendo más calor, y el aire almacenado va incrementando su temperatura día tras día”. En principio, solo la llegada de una borrasca pondría fin a la super-ola de calor.
Los científicos también apuntan que la acumulación de calor podría estar estrechamente ligada a un fenómeno meteorológico que se da con frecuencia en la Península Ibérica durante el verano, la llamada “baja térmica”. Este fenómeno consiste en una baja presión de origen térmico, es decir, provocada por el calentamiento de la masa de aire más cercana al suelo. Las bajas presiones se dan solo cerca del suelo mientras que en capas mas altas existe una zona de altas presiones que favorece su estabilidad. Esta situación, que contribuye al mantenimiento de las altas temperaturas, suele ser frecuente en España, sobre todo en la mitad meridional de la península.
El objetivo a largo plazo de esta investigación, y de otros estudios recientes en este campo, es comprender el funcionamiento de las super-olas de calor para permitir la adopción de medidas preventivas que puedan evitar consecuencias económicas, ecológicas y humanas como las sufridas en los veranos de 2003 y 2010 en Europa. El nuevo estudio pronostica que, si las predicciones que apuntan a un incremento de la sequía en Europa en los próximos años se cumplen, nuevas olas de calor como las acaecidas en años recientes podrían repetirse en próximos veranos.
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